Un día gris. Otro de sol. Buscó su rostro en cada acto escolar; cuando le tocaba bajar la bandera, cuando cumplió los 15. Cynthia Barrionuevo revuelve en su mente una y otra vez. Quisiera tener algún recuerdo de su padre, Juan Edelmiro. Se esfuerza. Pero no puede. En el fondo, lo que más extraña es todo aquello que podrían haber sido juntos. Y no fueron.
Cynthia tiene 37 años, cuatro más de la edad que tenía su padre cuando murió a bordo del Crucero Belgrano. Esta es la dura historia de la familia de Cynthia, marcada por una guerra que dividió sus vidas en cuatro dolorosas partes.
1- Antes de la guerra
Juan Edelmiro había nacido en 1948 en un pequeño poblado de Famaillá llamado Montañita. Fue el único varón entre 10 hermanos. Le habían puesto Juan por Perón. A él eso no le gustaba y se hacía llamar Jacinto. En su niñez y adolescencia, se destacó por su carisma, su solidaridad y sus travesuras.
Cuando iba al secundario, en el colegio Tulio García Fernández, quedó de curso. Estaba en cuarto año, recuerdan sus hermanas Marta (63) y Eva (69). Su padre le advirtió que decidiera si iba a seguir estudiando o se iba a trabajar. “Ahí resolvió entrar a la Armada y se fue a Buenos Aires”, relata Eva. Ella habla sentada a los pies de su mamá, Aurora, que está postrada en una cama de la vivienda prefabricada que la familia tiene en Lules. Padece insuficiencia respiratoria y su salud es muy delicada.
“Creo que en la Armada, Jacinto encontró su lugar en el mundo. Estaba feliz; se notaba cuando nos venía a visitar. Lamentablemente esa vocación lo llevó a perder su vida”, reflexiona Eva.
En Buenos Aires, él se enamoró de Edith, con quien se casó al poco tiempo de conocerla. Tuvieron dos hijos, Jorge y Cynthia. Juntos se mudaron a la base naval en Punta Alta.
Antes de que su voz se apague, sumergida en un mar de llanto, Eva recuerda que su hermano era maquinista y había recorrido el mundo a bordo de la Fragata Libertad. También había sido movilizado durante el conflicto con Chile por el Beagle, que casi termina en una guerra. “Le pregunté si en esa ocasión había tenido miedo y me dijo que no. Tiempo después, cuando sabía que se venía la guerra de Malvinas, él no podía dormir, le dolían los pies. Me decía: ‘hermana, cuando nos enfrentemos con los británicos muchos no vamos a volver’. Eso va a ser muy feo”.
Se despidió de su familia y se alistó para ir a la guerra. Era febrero, 1982.
2- Días de incertidumbre
Unas horas antes del hundimiento del Belgrano Marta tuvo una señal. Soñó con el pueblo donde nacieron los Barrionuevo. Su hermano estaba sentado en el patio de la vieja casa. La mamá les gritaba que corrieran. “El mismo día que falleció, estaba durmiendo y sentí una explosión muy fuerte. Me desperté asustada. Pero no quise decir nada; la última noticia que teníamos era que él no estaba en el Belgrano. Pensábamos que había embarcado en otro buque, el 25 de Mayo”, relata.
3- Esperando el milagro
Todos en la familia sabían que él podía morir en cualquier momento. Pero nadie se atrevía ni siquiera a pensarlo. Se aferraban más a la idea de un milagro. “Un mes después no teníamos noticias de Jacinto. Soñaba con él todas las noches. Me decía que lo buscáramos, que estaba escondido entre las rocas”, cuenta Marta. “Yo estaba desesperada. Fui a una vidente. Me confirmó que estaba en el agua, con todos sus documentos”, añade.
Cinco años pasaron hasta que dieron la noticia oficial de que Barrionuevo había muerto. La familia no quería resignarse. Mucho menos su esposa, que había quedado viuda a los 26 años. Los hermanos tuvieron que ir a buscarla a Bahía Blanca, le explicaron que su esposo no volvería y la llevaron con ellos a Villa Dolores, Córdoba. Durante años ella guardó el placard intacto, con todas las pertenencias de su marido. “Esperó toda la vida que él regresara. Falleció muy joven, a los 46 años. En el fondo estoy convencida que ella se murió de tristeza”, reconoce Cynthia.
Cuentan las hermanas de Barrionuevo que tiempo después un ex combatiente llegó desde San Luis a la casa de la familia, en Lules, buscando a la mamá, Aurora. Se arrodilló ante ella y le dijo: “su hijo era una excelente persona, el mejor compañero que tuve”. Ahí se enteraron de los detalles. Que Juan fue uno de los primeros en morir porque estaba descansando en los camarotes y muy cerca de ese lugar había caído el primer torpedo.
- ¿Qué fue la guerra de Malvinas para ustedes?
“Siento mucha impotencia; fue algo improvisado, fue inútil”, sintetiza Eva y se funde en un abrazo eterno con Marta. “Mi madre quedó destruída, la guerra le robó el único hijo varón”, agrega ante los ojos de Aurora, que ahora pasa los días bajo un cuadro de honor que le habían otorgado a Jacinto. Ella no puede hablar. Suspira. Deja rodar una lágrima.
4- En el nombre del padre
Cuando Jacinto se fue a Malvinas, Cynthia apenas llegaba a los dos años. Desde chica, y a pesar de que en su casa no se podía hablar mucho del tema, tuvo la inquietud de saber cómo habían sido los últimos días de su padre. Creía que tal vez así podría sentirse más cerca de ese hombre con el que nunca conversó.
“A escondidas busqué fotos, cartas, testimonios... Mi padre amaba lo que hacía. Dio la vida por la patria y me quiebra en dos que nunca se haya valorado eso. Soy docente y testigo de que en la escuela no se enseña lo que realmente pasó. Me da mucha impotencia haber crecido con el dolor de no tener un padre”, dice, y se deja envolver por un llanto intenso. Confiesa que por algún motivo el sur le tira, que quiere conocer y contemplar el agua que se llevó la vida de su papá.
- ¿Qué le dirías si tuvieras las oportunidad de verlo por unos minutos?
“Que estoy orgullosa de él, pero que me hace mucha falta, que no me conformo con imaginar lo que hubiéramos sido juntos, que es tan injusta la vida porque nadie reconoce lo heroicos que fueron en esta guerra”. Esa es su lucha interna, una batalla que ya lleva 35 años y que ella tampoco ha podido ganar.